Había un señor alto y delgado al que su madre le hacía llamar abuelo. Sentado en un extremo de la sala la llamaba sin saber su nombre: “Niña, escucha esto y no lo olvides nunca porque es tan cierto como que estoy aquí. El niño piensa en la cuna, el mozuelo en los amores, el casado en la fortuna y el viejo está en un rincón sin esperanza ninguna”. Dicho esto dejaba de hablar por toda la tarde y se dedicaba a encender un ducados tras otro. Ella le miraba con la esperanza que no tienen los rincones a que volviera su madre y se acordara de su nombre para llamarla. Mientras se le mezclaba el olor del tabaco, los cuatro peldaños de la vida y esas manos tan bonitas de su abuelo, con las uñas rizadas y amarillas. Subía y bajaba los peldaños cambiando de pensamientos, pasaba del amor a la desesperanza entre nubes de humo. Abandona esta regresión a la infancia, mira a su hijo, mira a sus suegros, cada uno sintiéndose anulado y decidido, con derecho a protestar. Su pareja discute, convence, argumenta y ella sigue mirando cómo están consiguiendo no cumplir la voluntad íntegra de nadie, cómo se están apropiando de los actos del día, cómo parece que esa propiedad privada les otorga poder. Con ese poder puesto desde temprano deja el espíritu contemplativo en el fregadero y pasa a la acción, conjugar las intendencias y los ocios de todos los peldaños. Ella se conforma con una cerveza, una fotografía y una vida interior en cada cuerpo para que todos sepan distraerse solos mientras se hacen compañía. El carrete de una cámara digital se termina cuando la voz de la conciencia le anuncia la hora en que tienen costumbre de comer aquellos sobre los que ejerce el poder, y se siente culpable por no haber sabido controlar el equilibrio entre lo que quieren unos y otros. La vida exterior se impone. Desea agarrar a su pareja y gritarle como quien pide auxilio que no son una feria ambulante, que todos dependen, que deciden poco unos y otros, que entre unos y otros se cuentan también ellos. Entonces se da cuenta y vuelve hacia su abuelo y le dice como si no supiera su nombre: “Señor, está usted equivocado. Tiene aspecto de llevar toda la vida ahí, en el rincón de ese extremo de la sala. Niño, mozo, casado y ahora abuelo, todo el tiempo ahí, pensando en lo mismo, en la desesperanza”. Esos cuatro peldaños se derrumban ante sus ojos de niña, ante sus ojos de madre, de esposa, de hija o de nuera mientras pronuncia en voz alta, sin venir al cuento de los otros: somos siempre lo mismo, ya basta de culpables.

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Comentarios: 5
  • #1

    Yolanda (jueves, 28 octubre 2010 10:28)

    Buscamos culpables o mejoras, buscamos culpables o justicia...vamos a buscar respuestas porque esto es un bucle y en cada edad cumples con lo dispuesto creyendo que te rebelas ante todo y ante todos y siempre, siempre creemos que tenemos la razón.

  • #2

    Rod Summers/VEC (jueves, 28 octubre 2010 11:39)

    Once again I congratulate you on your wonderful perception.
    rod

  • #3

    fabiola (domingo, 31 octubre 2010 20:47)

    felicidades, ¡qué me gusta!,y ese trino... los peldaños, la historia; vuelvo de los peldaños aldireños y me voy al vino granadino, de mis penas vengo y a mis asuntos voy. ¿os venís?

  • #4

    Grela (viernes, 19 noviembre 2010 22:15)

    Lola...te encontré, por caprichos del destino, y me has atrapado!! me encanta tu espacio en todas sus dimensiones
    Sería un placer poder dedicarte un sitio en la orilla de mi playa..
    Encantada de haberte descubierto

  • #5

    Marcelo (domingo, 19 diciembre 2010 00:10)

    Qué ganas de mirar con tus ojos, Lola.
    Felicitaciones!!!!!!!
    Hermoso trabajo,

    M.